Perfectamente coronado por sus vertiginosas cumbres, sus cumbres graníticas y sus seracs azules, el macizo del Mont Blanc es una pura obra maestra que se puede contemplar desde Megève. Mientras las nieves eternas contrastan con el azul del cielo, las agujas parecen acariciar el sol. Un espectáculo único que siempre ha fascinado y empujado a los contemplativos a encontrar la mejor vista para admirarlo, ¡sin tener que subir!

Megève, cara a cara con el Mont-Blanc

Cuando miras alrededor de Megève, emerge la discreta silueta del Mont-Blanc. En contraste con el azul del cielo y el verde de los abetos, parece irreal. Sin embargo, este gigante de granito y hielo, que culmina a 4 metros de altitud, domina desde siempre el pueblo de Megève.

Sentado en la terraza de un restaurante, desde el balcón de un alojamiento o durante una actividad deportiva, el espectáculo está en todas partes, aunque lo más bello sigue siendo el que ofrece el Mont-Blanc. Un verdadero paraíso, las frenéticas cumbres, las enormes paredes y los frenéticos glaciares se convierten en el objetivo de los deportistas y la fascinación de los contemplativos.

Aunque la zona de esquí de Mont d'Arbois sigue siendo la mejor situada para admirar las vistas del Mont-Blanc debido a su proximidad, las cimas vecinas también son aprovechadas por los esquiadores en invierno y los excursionistas en verano para contemplar el macizo desde diferentes ángulos.

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